22 julio 2022 5 MIN de lectura

La fuerza de la democracia europea frente a las crisis

No estamos ante el apocalipsis, con perdón.

Lo digo porque conviene ser claro desde la primera línea, pues, entre las lecciones que nos enseñó la Gran Recesión, hace una década, hay una que no deberíamos olvidar: la percepción colectiva de los problemas tiene un impacto directo sobre su agravamiento o su solución.

Entonces, como ahora, nos despertamos cada día con una angustiosa pregunta en los labios: ¿Qué más nos puede pasar? cuando, en realidad, a la vista de cómo los europeos hemos sido capaces de afrontar las enormes dificultades de los últimos dos años, podríamos centrarnos en qué hacer para seguir acertando.

El tiempo nos dará la verdadera dimensión no tanto de los desafíos que desde marzo de 2020 estamos encarando -eso ya lo sabemos porque lo sufrimos: pandemia, crisis económica y social, guerra en Ucrania-, sino de nuestras respuestas. Y estas han estado y siguen estando a la altura de las circunstancias.

De forma que la inflación, la invasión ilegal de un país europeo por otro, las disrupciones energéticas o la caída de Mario Draghi también tienen respuestas posibles y el reto es acertar con ellas utilizando los instrumentos de precisión que llevamos construyendo desde hace muchas décadas y que ya nos caracterizan como europeos: la Unión y la democracia.

Tomemos el ejemplo de esta semana.

Por un lado, el Banco Central Europeo (BCE) ha subido los tipos de interés para frenar la escalada de los precios. Bien hecho, siempre y cuando sea consciente de que la actual inflación proviene en buena medida de la oferta, no de la demanda. De forma que el esfuerzo para controlarla no puede en ningún caso llevarnos a una recesión, porque entonces el remedio sería peor que la enfermedad.

Sin embargo, la decisión más relevante del BCE como institución “federal”, la que nos indica que hemos aprendido en cabeza propia, ha sido la decisión unánime y simultánea de crear un mecanismo (TPI) que evitará, con recursos ilimitados y criterios razonables para su activación, el retorno de las primas de riesgo o, en términos hoy habituales, la fragmentación de la eurozona. Buena noticia para los ciudadanos, mala para los especuladores.

Ahora bien, no repetiremos lo suficiente que la unión económica y monetaria debe ser completada para no tener que seguir actuando ad hoc. Y sabemos qué hay que hacer para conseguirlo.

Por otro lado, Italia. Que la tercera economía del euro haya perdido un gobierno estable y eficaz como el de Draghi es sin duda una mala noticia para la UE. Cada uno puede juzgar la responsabilidad de las fuerzas políticas italianas en lo ocurrido, y no es difícil hacerse un juicio.

Pero debemos confiar en la fuerza de la democracia, para que en las elecciones generales de septiembre no se trunque la política europeísta y responsable de la Italia encabezada precisamente por quien lideró la decisiva respuesta del BCE a la crisis en 2012, encarrilando la salida de esta y garantizando la viabilidad de la moneda única.

Esa misma democracia europea que enmarca, encauza y equilibra -actuando como un freno y contrapeso- las decisiones nacionales de todos sus Estados miembros y siempre termina demostrando que es no solo el sistema más justo, sino también el más fuerte y capaz para resolver los problemas de la gente, ante el que los regímenes autoritarios nunca son alternativa.

La UE es una unión de valores para garantizar derechos y se perfecciona cada día. Por eso, soy de aquellos que siguen utilizando la expresión “proceso de construcción europea”. La inflación, el populismo o quienes no creen en el derecho internacional podrán ponerla en dificultades, incluso graves, ella misma podrá cometer errores y también ser víctima de sus carencias. Pero siempre consigue encontrar una respuesta. En esta coyuntura, la confianza de la ciudadanía europea en su Unión es de nuevo clave para conseguirlo.

Carlos Carnero,

Senior Advisor en Vinces

 

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