23 octubre 2022 5 MIN de lectura

No hablemos de Truss, sino del Brexit

 Carlos Carnero | Senior Advisor

Tras la salida de Truss, El Reino Unido afronta una dramática situación política y económica, eso es evidente. Es verdad que, más allá de la enorme atracción mediática que suscita (¿quizás exagerada?), tampoco es que otros países de su entorno estén en condiciones de tirar la primera piedra: basta darse una vuelta por algunos Estados miembros de la UE para comprobarlo.

Sin embargo, la gran diferencia estriba en un factor clave que solo afecta al caso británico y es imposible esconder debajo de la alfombra, por mucho que moleste a los conservadores y, esto es lo más curioso, al oficialismo laboristas: el Brexit.

El Brexit como consecuencia y como causa, por cierto. Consecuencia, porque el abandono de la UE no surgió de la nada, sino de un largo proceso de recalentamiento de la opinión pública más conservadora y localista del país, sobre el terreno abonado de una cultura apegada a una comprensión del mundo y de la propia nación sobrepasada por los tiempos. Causa, porque la salida del proyecto comunitario ha agrandado problemas existentes (por ejemplo, la unidad del Reino: Escocia) y creado otros (económicos en primer lugar).

Hoy, Londres trata de jugar un papel central en la escena global en solitario, sin formar parte de un conjunto integrado como la UE que, guste o no a los dirigentes británicos, se ha demostrado absolutamente esencial frente a los grandes desafíos de esta década: la pandemia, la guerra y la crisis económica provocada por ambos factores.

Los conservadores de May, Johnson y Truss bracean (digo de ellas y de él porque hay otros conservadores muy relevantes que, aún en clara minoría, no han comulgado nunca con sus ruedas de molino: John Major, por ejemplo) contra el monstruo que han creado y  terminará devorándolos políticamente y haciendo un daño insalvable para su país.

¿Insalvable? Seguramente decir eso sería exagerado siempre y cuando se tenga valentía política suficiente para dar la vuelta a la situación, replanteando la pertenencia del Reino Unido a la UE. O, al menos, cumpliendo de forma respetuosa los acuerdos firmados con Bruselas.

Sabemos que los laboristas de Starmer -con grandes probabilidades de convertirse en un primer ministro con mayoría absoluta en cuanto se convoquen elecciones- ni se lo plantean oficialmente, aunque un activo sector del partido piensa de otra manera y lo expresa a través del movimiento como el Labour Movement for Europe (como hacia el conjunto de la opinión lo hace todas las semanas The New European).

Pero seguramente el viejo topo europeísta se vaya abriendo paso poco a poco a medida que la realidad deje cada vez más claro, sobre todo a las generaciones jóvenes y de edad media, que fuera de la UE el Reino Unido no dejará de estar sometido a una extrema situación de debilidad interna y externa, pues, como tantas veces se ha dicho para otros, para los británicos Europa no es problema, sino la solución.

Aunque hoy por hoy no descartemos que, en vez de ir a las urnas, los conservadores opten por alargar la tragedia e incluso sean capaces de empeorarla. Imaginemos a Johnson de nuevo al frente del desgobierno y no harán falta más análisis.

En resumen, Europa, Europa, Europa, con sus defectos y sus virtudes, pero siempre empeñada en responder con sus valores, sus políticas y su democracia multinacional a los retos del presente y del pasado mañana. Lo contrario que el Brexit, hijo de un pasado que, por mucho que se intente con con enormes costes, nunca servirá para construir el futuro.

Carlos Carnero,

Senior advisor en Vinces

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