24 octubre 2016 8 MIN de lectura

Trump busca desesperadamente un golpe de efecto

Las últimas encuestas publicadas en Estados Unidos ponen a Hillary Clinton en cabeza con una ventaja de alrededor de 6 puntos (48%-42%). Aunque la diferencia ha descendido ligeramente en los últimos días, la candidata demócrata está siendo capaz de mantener sus números, consolidando una ventaja que viene creciendo desde inicios del mes de octubre, cuando la separación era únicamente de 2,7 puntos.

La campaña de Donald Trump sufrió un duro revés con la filtración a principios de este mes de un vídeo en el que el candidato republicano hacía comentarios vejatorios y denigrantes sobre las mujeres, algo que ha dañado su imagen en las últimas semanas y que ha sido comentado en los dos últimos debates presidenciales. Inicialmente, Trump trató de neutralizar las acusaciones de sexismo apuntando directamente al marido de su contrincante, Bill Clinton, y a los diversos escándalos en los que se había visto envuelto. Trump aseguró que lo suyo eran sólo palabras, mientras que con Bill Clinton se trataba de acusaciones reales de abuso.

No obstante, esta estrategia ha dado pocos resultados, y Trump sigue buscando fórmulas para reponerse de ese golpe y conseguir que la sociedad americana pase página, desviando la atención hacia otros temas. Para ello está haciendo lo que mejor sabe hacer: crear polémicas ficticias que le permiten ser la estrella de forma proactiva y controlando el mensaje, en lugar de estar a la defensiva.

Bajo esta premisa, en los últimos días Trump ha asegurado que hay una conspiración generalizada en su contra, que las elecciones están amañadas y que el sistema está corrupto. El republicano ha manifestado que hay una “estructura global de poder”, que incluye entre otros a los medios, al FBI y al Departamento de Justicia, encargada de manipular las elecciones para favorecer a su oponente. De esta forma, Trump ha llegado a afirmar que solo aceptará el resultado electoral “si yo gano”.

Las sospechas de fraude electoral no son algo nuevo en la política americana, pero es la primera vez que un candidato pone este tema en el centro del debate, sembrando dudas sobre la integridad del sistema incluso antes de saber los resultados. El magnate neoyorquino ha hablado de más de un millón de fallecidos que están registrados para votar y más de 2 millones de votantes que están registrados en dos estados, pero ni los estudios sobre fraude electoral ni la acción de las autoridades públicas sostienen la postura de Trump. Todos los expertos coinciden en que los casos de fraude electoral son raros y escasos, como lo demuestra, por ejemplo, que entre 2002 y 2007, cuando el fraude electoral se colocó como prioridad del Departamento de Justica, sólo hubo 82 condenas.

Por otro lado, Trump ha decidido ahora hacer bandera de un tema popular entre los americanos: la corrupción de Washington. Trump anunció la semana pasada una batería de medidas como parte de su reforma ética para “vaciar la ciénaga” de la capital y acabar con décadas de inacción y fracaso. Entre sus propuestas destacan una enmienda constitucional para imponer límites temporales de mandato a los congresistas, una ley para impedir que los funcionarios, legisladores y sus equipos puedan hacer lobby hasta 5 años después de abandonar sus cargos públicos, y la prohibición de que agentes extranjeros puedan recaudar dinero en las elecciones americanas.

Curiosamente, en su faceta de empresario multimillonario, Trump ha utilizado lobistas para conseguir desarrollar sus negocios en Florida, Long Island y Ohio, y ha donado dinero a políticos de ambos partidos y a sus campañas electorales, incluyendo 100.000 dólares a la Fundación Clinton. Trump asegura que esta experiencia sobre cómo los poderosos intervienen en política es lo que le permite decir con rotundidad que él es el único capaz de acabar con las corruptelas y el tráfico de influencias existentes en Washington. Este discurso no ha tenido tampoco el impacto positivo deseado.

Por ello, en su carrera contrarreloj por conseguir un golpe de efecto que dé un giro a su campaña, Trump anunció que iba a pronunciar un histórico discurso el sábado en Gettysburg, escenario de una de las batallas más emblemática de la Guerra Civil americana. Pero en lugar de exponer una visión reconciliadora y atractiva del país, como hizo Abraham Lincoln en 1863, Trump continuó con sus teorías conspiratorias, sus acusaciones contra el sistema y las dudas respecto al resultado electoral. Llegó incluso a decir que no se debería haber permitido a Clinton presentarse como candidata por la cantidad de ilegalidades que ha cometido, en referencia a la polémica sobre el uso de una cuenta privada de correo electrónico por parte de la ex-Secretaria de Estado mientras estaba en el cargo.

Tras varios minutos de quejas y soflamas, Trump pasó por fin a hablar de política, explicando las acciones que llevaría a cabo en sus primeros 100 días de mandato. Pero no dijo nada nuevo, sino que simplemente hizo un recopilatorio de medidas sobre las que ya ha venido hablando en las últimas semanas. En definitiva, si la batalla de Gettysburg fue un punto de inflexión en el desarrollo de la Guerra Civil, el discurso de Trump queda lejos de producir ningún cambio en la batalla por la Casa Blanca.

Por tanto, el candidato republicano inicia las últimas dos semanas de campaña con una desventaja importante en las encuestas y con muestras de descontento entre sus compañeros de partido, ya que varios le han criticado por el vídeo sexista y por sus palabras en contra de la integridad del sistema. Trump lleva días buscando un golpe de efecto, una jugada maestra que le permita reconducir el rumbo de su campaña y acortar distancias con Clinton, pero no lo ha conseguido. A estas alturas podemos decir que Trump ya no controla su destino y necesita algún acontecimiento externo que cambie la dinámica de la campaña para convertirse en presidente. El reloj corre y si todo va según lo esperado, Hillary Clinton se dirige con paso firme a ser la primera presidenta de los Estados Unidos.

 

 

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